Sobre la necesidad de comprensión

Maribel/ febrero 28, 2008/ Blog/ 8 comentarios

Nunca antes se le había ocurrido pensar que todo estaba hecho para acabar roto en pedazos. Su vida había sido un océano tranquilo desde siempre: había encontrado a su pareja en la adolescencia y aún seguían juntos, sus notas de secundaria habían sido inmejorables, y al terminar su carrera tuvo la oportunidad de convertirse en empresario. Aún no había cumplido los treinta y ya lo tenía todo. O eso creía él.

Ella llegó con la marea de gente que lo balancea siempre a uno en los lugares demasiado concurridos. Una vieja semi-conocida, nada más. Hasta entonces, claro.

A ella nunca antes se le había ocurrido pensar que todo estaba hecho para solucionarse. Los pedazos que componían ahora el puzzle de su vida parecían querer volver a ensamblarse de nuevo: su ambiente familiar ya no era problemático después de muchos años de lucha, había vivido y viajado mucho más que la mayoría de chicas de su edad, su relación de siete años se había roto dejándola volar por fin, su carrera universitaria estaba sin acabar, pero aun así tenía trabajo de lo que había estudiado. Nunca se había quejado por nada de esto, pero si hubiera querido hacerlo, ahora ya tenía razones para parar.
Él la miraba plantado en medio de la confusión de cuerpos que se agitaban como náufragos muertos sobre las olas. El niño mono que siempre la miraba demasiado fijamente a pesar de sus circunstancias.

La conversación versó alrededor de la volatilidad del amor. Ella defendía que si no se cuidaba, este se marchitaba con el tiempo. Él sostenía que eso era imposible, que sólo se trataba de altibajos. Finalmente llegaron a la conclusión de que el amor, simplemente, acababa convirtiéndose en otra cosa, y que esa cosa siempre era diferente para cada pareja. Obviamente, unas tenían más suerte que otras. Ella había acabado refugiándose en brazos de otros hombres que la trataban con más cariño del que recibía normalmente. Él se conformaba con vivir con una pareja que se comportaba más como una simple compañera de piso; aunque estaba apunto de cambiar de táctica, y ella se daba cuenta, por supuesto. Si no, por qué le había hecho tantas preguntas sobre lo que sentía después de cometer una infidelidad.

-¿Entonces te vendrías conmigo a mi casa? –preguntó él de sopetón.
-¿Quieres acaso experimentar todo lo que te acabo de contar? –respondió ella sin sorprenderse lo más mínimo.
Él asintió con la cabeza. Ella, sonriéndose por la frase que estaba apunto de decir, vaciló varios segundos. Después respiró hondo:
-Que no se diga que he sido yo quien te ha privado de tal experiencia.

Lo peor de todo no fue que sucediera algo que no debía suceder, sino que sólo sucedió lo que debía. Si tan sólo ambos se hubieran comportado como lo habría hecho todo el mundo. Pero aquel derroche de risas, conversación, besos y caricias era justo lo que ambos necesitaban. No más.

A ella nunca antes se le habría ocurrido pensar que volvería a ser optimista. A él nunca antes se le había ocurrido pensar que su esquemática vida se rompería en pedazos, que llegaría aquella criatura y, con agridulces besos y mucha comprensión, revolvería tan a fondo sus cajones, dejando en evidencia lo ridículo de aquel orden sin autenticidad ninguna.

Compartir esta entrada

8 comentarios

  1. neniiiiiiiiiiii
    gracies per firmame…eres un solete…muakkkkkkk (aunque siguen en alergia)

  2. Mi queridísima:

    Siempre escribes lo mismo, puede ser. Pero que ALGUIEN como VOS, lo diga siempre, me llena de orgullo.
    Cómo no habría de hacerlo? Una gran escritora me dice que siempre que melee se acontenta.
    Espero algún día, la vida, nos de la oportunidad de estrecharnos en abrazos que corten todos éstos kilómetros que hay de por medio, pero que no son excusa para sentirnos lejos 🙂

    un beso un abrazo y miles de buenos deseos 🙂

    Diego

  3. sí que ha sido casualidad interconectiva eh?? 😛

  4. Gracias por vuestros comentarios. xD
    Yo también puedo ponerles nombres, pero, obviamente, no debo. De hecho, creo que demasiado de la vida de cada uno he contado.
    Gracias por esa absolución Raúl 😉
    Aunque bien cierto es, que si todo fuera como tiene que ser, no haría falta ir escondiéndose. No tengo ni idea de ajedrez, pero ¿supongo que era eso lo que querías decir, lúzbel? 😉 bienvenido a mi caos

    Muchos besos.

  5. Lo bueno de estas historias es que también terminan en el punto de inicio; como una partida de ajedreaz, en la que se disponen nuevamente las piezas sobre el tablero, pero el peón que acosará a la reina en la jugada trigésimo segunda, probablemente sea aquel al que el Alfil se zampó en la cuarta movida del juego anterior. Si las piezas se resabiaran realmente, muchos enroques no serían necesarios.

  6. yo no tengo nominados, pero me pareció una compleja historia de emociones. "ego te absolvo" dan ganas de decir, en cualquier caso. sin culpables.

  7. Genial. Simplemente genial.
    Yo si puedo ponerles nombres… aunque sigan juntos…

    Mil besos.

  8. Dios mío, cómo me pegó, Altan. Además de estar muy bien escrito, es tan… real. Casi puedo ponerles nombres.

Dejar un Comentar

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*
*

Responsable: Mª Isabel Abad Abad. / Finalidad: Poder publicar tu comentario. / Legitimación: Consentimiento del interesado. / Destinatarios: No se cederán datos a terceros, salvo obligación legal. /Derechos: Acceder, rectificar y suprimir los datos, así como otros derechos. Puedes consultar la información detallada sobre la Política de privacidad aquí.