La Calle de las Almas en Pena
Asomada al ventanal que daba a la destartalada calle peatonal por la que sí circulaban los vehículos, me dedicaba a observar el movimiento de los variopintos personajes que poblaban aquel enjambre de personas que habían ido a parar al mismo lugar que yo. El negro de expresión tímida que se había plantado a mi lado en el portal mientras yo buscaba la llave seguía deambulando por allí cerca, en busca, tal vez, de alguien que le diera un poco de amor, aunque fuese ficticio.
Un poco más allá, cerca de la esquina donde empezaba el adoquinado, frente al parque de bomberos, otro grupo de negros se reunía para bailar y beber al ritmo de la música que salía de sus casas, aprovechando que era viernes de madrugada. Dos sudamericanos pasaban bajo mi ventana en aquel momento; uno de ellos le relataba al otro una historia truculenta con una mujer en un tono de la más exultante desesperación.
Al otro lado de la calle, un vándalo se dedicaba a derribar los contenedores de basura, mientras un borracho giraba la esquina haciendo eses, confundido de repente, pues probablemente veía repetido al desaliñado mendigo que, en su cabizbajo caminar, se acababa de topar con él.
El negro que me había rondado como una abeja a un panal volvió a aparecer en escena. Parecía perdido y solo. Suspiré. Era la segunda noche consecutiva que me confundían con una puta. L ya me había dicho que no me preocupara por mi imagen, que no es que yo tuviera pinta de furcia, sino que probablemente, teniendo en cuenta lo que ofrecían las que de verdad ofertaban sus servicios una calle más arriba, aquellos dos individuos se habían hecho ilusiones de encontrar a una que no tuviera pinta o de ser demasiado mayor, o una yonqui en el peor de los casos, sin pasar por todos los estados intermedios entre un punto y otro.
Volví a suspirar mientras miraba de nuevo a uno y a otro lado de mi calle. Hacía tres semanas que me había mudado, y entonces había tenido la sensación de que no pegaba ni con cola en aquel ambiente. Aquella era la típica zona que una chica como yo, si hubiera nacido en esa ciudad, evitaría gustosamente. Así eran las calles del casco histórico de las grandes ciudades, suponía yo. Tan sólo a dos pasos de la zona turística. Toda aquella gente había llegado allí de lugares mucho más lejanos que de donde yo provenía, y lo más seguro es que hubieran llegado también solos. Tal vez no fuera tan diferente a ellos. Yo tampoco conocía a casi nadie en la ciudad, estaba buscando trabajo, con la consecuente angustia de observar la perspectiva de vivir bajo un puente si esta opción fallaba, aunque sabía que me merecía que todo saliera bien, aparte del esfuerzo que estaba poniendo en ello. También yo había llegado hasta allí buscando empezar de cero, y me había atrevido a dejarlo todo y enfrentarme a lo que ahora me rodeaba.
De nuevo volví a pensar en aquel mendigo, en el borracho, en el vándalo, en el negro solitario, en las meretrices yonquis de la esquina, y después pensé en el otro grupo, el que formaba una unidad, el de gente que se reunía, bailaba y reía. Estaban lejos de todo lo que alguna vez habían querido, pero se habían encontrado entre ellos y se habían dado lo que necesitaban. Por mi talante optimista, supe que yo también volvería a estar así muy pronto, y que no acabaría como el primer grupo de almas en pena que había nombrado.
Lo que me diferenciaba de esta alegre gente, es que la extranjera, por el momento, era yo. Pero por poco tiempo. Si tenía que ser una extranjera, al menos que no fuera en mi propia tierra.
ciao neni
pasate pel piano de victor. hay un epitafio.
per cert…te tire molt de menos.
b7s 🙁
Todos somos extranjeros en algún momento de nuestra vida pero es algo pasajero, también tiene su encanto 😉
Nadie nace con el sueño de vivir acabado. Nadie aspira a que el alcohol y las drogas consuman su vida. El caos siempre acecha en épocas de hambruna, y el camino más fácil siempre pasa por la desesperación de agarrarse a un clavo ardiendo. Quien se siente extranjero en su propia tierra no puede evitar sentirse diferente. Creo que sólo tienes que aguantar un poquito más. Luchar y apretar los puños para que tus pasos te dirijan lejos de la perdición. Ve hacia la luz, aunque te encuentres entre tinieblas y rodeada de fantasmas. Ellos sólo están ahí como esa voz en off, que te dice "eso no se hace".
Me gusta. Gracias
menos mal que tienes talante optimista, porque es para echarse a llorar!! es bromita, seguro que en breve estás en el "grupo de los felices". que digo! la reina del grupo de los felices! 🙂
Sentir la extranjería te deja al margen, siempre. Mejor aceptar, escuchar, no golpear lo diferente.
El ser o no extranjero es en muchos casos una cuestión de actitud, y algo me dice que la protagonista de tu relato tiene la actitud correcta para no ser por mucho tiempo extranjera en ninguna parte.
Muchos besos.